El futuro de la capacidad de Ucrania para lanzar ataques de largo alcance en el territorio ruso sigue siendo incierto tras una reunión crítica en Berlín, donde los líderes de EE. UU., Reino Unido, Francia y Alemania no lograron alcanzar un consenso. El tema, que ha sido una de las principales solicitudes de Kyiv, destaca una significativa división entre los aliados occidentales. El Reino Unido y Francia son más abiertos a permitir que Ucrania use armas suministradas por Occidente para estos ataques, viéndolo como un paso necesario para contrarrestar la agresión de Rusia. Sin embargo, EE. UU. y Alemania se oponen firmemente a esta medida, preocupados de que podría provocar una escalada peligrosa con Moscú.
Según un informe del periódico francés Le Monde, es poco probable que este desacuerdo se resuelva antes de las elecciones en EE. UU. El enfoque de Washington en limitar el riesgo de un conflicto más amplio significa que cualquier decisión sobre ataques profundos de Ucrania está fuera de la mesa por ahora. La administración del presidente Biden, junto con el liderazgo alemán, continúa sosteniendo que proporcionar a Ucrania capacidades de ataque de largo alcance podría intensificar drásticamente la guerra y posiblemente arrastrar a la OTAN a una confrontación directa con Rusia.
A pesar de estas tensiones, las discusiones revelaron cierta alineación entre las naciones aliadas: la creencia de que los ataques de largo alcance por sí solos no serían suficientes para asegurar una victoria militar decisiva para Ucrania. Si bien la capacidad de golpear objetivos rusos más profundos podría proporcionar ventajas tácticas, los líderes coincidieron en que no garantizaría el éxito de Ucrania sin un apoyo militar y estratégico más amplio.
Este punto muerto se produce en medio de una creciente presión por parte de Ucrania, que argumenta que atacar la infraestructura militar crítica rusa más allá de las líneas del frente es esencial para debilitar los esfuerzos bélicos de Rusia. Ucrania ha logrado un progreso significativo con armas suministradas por Occidente, incluidos los misiles HIMARS y ATACMS, pero estos sistemas actualmente están restringidos a operaciones dentro del territorio ucraniano y las regiones ocupadas. El impulso de Kiev por una extensión de su rango de ataque se ha convertido en un punto crucial en las discusiones sobre la ayuda militar en curso.
Complicando aún más el debate está la próxima elección en EE. UU., que ha puesto la política exterior americana bajo escrutinio. Con la administración Biden equilibrando preocupaciones internas y externas, hacer cualquier movimiento audaz—especialmente uno que podría arriesgar un conflicto más amplio con Rusia—es políticamente sensible. Mientras Biden ha insinuado revisar las restricciones sobre armas de largo alcance, es poco probable que se materialice alguna decisión antes de las elecciones, ya que tanto la administración como los aliados europeos clave optan por la cautela en lugar de la escalada.
Curiosamente, el informe de Le Monde también señaló que la administración Biden ya no tiene objeciones fundamentales a que Ucrania se una a la OTAN, un cambio respecto a las dudas anteriores. Sin embargo, incluso este tema sigue estando lleno de complejidades, especialmente dado que la membresía en la OTAN activaría automáticamente la cláusula de defensa mutua de la alianza, lo que aumentaría aún más las tensiones con Rusia.
La reunión en Berlín subraya las profundas divisiones entre los aliados occidentales sobre hasta qué punto están dispuestos a apoyar las ambiciones militares de Ucrania, especialmente en lo que respecta a acciones que arriesgan provocar a Rusia. A medida que la guerra se prolonga y aumenta la presión para que Ucrania recupere los territorios ocupados, la cuestión de los ataques profundos probablemente seguirá siendo un tema central en las futuras discusiones sobre ayuda militar. Sin embargo, por ahora, el asunto está en espera, sin resolución a la vista hasta después de las elecciones en EE. UU., cuando el panorama geopolítico podría cambiar una vez más.