Turquía ha desatado una ola de brutales ataques aéreos contra militantes del PKK en Irak y Siria, matando a 59 combatientes en una respuesta ardiente a un ataque descarado en Ankara. Este audaz movimiento llega solo unas horas después de que dos hombres armados—uno confirmado como miembro del PKK—atacaran la sede de las Industrias Aeroespaciales Turcas, dejando cinco muertos y 22 heridos. ¿La respuesta? Rápida y sin piedad.
El Ministro de Defensa turco, Yasar Guler, no perdió tiempo en enviar aviones de combate y drones para «neutralizar» 29 objetivos del PKK en Irak y 18 en Siria. Estos ataques no solo tenían como objetivo a los militantes—enviaron un mensaje fuerte y claro: Turquía no se rendirá. «Ningún terrorista escapará de las garras de los soldados turcos,» declaró Guler, respondiendo a la insurgencia con una intensidad inigualable.
Pero el costo no se detiene ahí. Las Fuerzas Democráticas Sirias, respaldadas por EE. UU., informaron que 12 civiles, incluidos niños, fueron asesinados en los ataques. A pesar de las afirmaciones de precaución de Turquía, la tragedia subraya el creciente costo humano de este conflicto que dura décadas.
A medida que el presidente Erdogan se reafirma, advirtiendo que el ataque solo ha fortalecido la determinación de Turquía, el futuro del PKK pende de un hilo. Se vislumbran conversaciones de paz, incluso el líder encarcelado del PKK insinúa negociaciones. Pero después de este último asalto, la paz puede estar deslizándose entre sus dedos. Una cosa es segura: la guerra de Turquía contra el terrorismo acaba de alcanzar un punto de ebullición.