Durante años, la Rusia de Vladimir Putin ha sido vista como una formidable amenaza militar, pero los recientes fracasos, especialmente en Ucrania, han expuesto la realidad: la destreza militar de Rusia es mucho más débil de lo que se anunciaba. A pesar de la retórica bombástica y las agresivas tácticas de guerra híbrida, Rusia ha fallado consistentemente en alcanzar sus objetivos estratégicos.
Una vez temida por su guerra cibernética y coerción energética, Rusia ha demostrado ser ineficaz en áreas clave del conflicto moderno. Sus ciberataques, que alguna vez fueron considerados como un cambio de juego, no han logrado paralizar a Ucrania, mientras que su chantaje energético ha fracasado de manera espectacular, con Europa encontrando nuevos proveedores y desvinculándose del gas ruso. El ejército de Putin, que una vez fue vaticinado como poderoso, se ha convertido en una sombra de lo que fue, plagado de corrupción, incompetencia y baja moral.
Ucrania, respaldada por el apoyo occidental, ha logrado repeler a las fuerzas rusas, exponiendo al ejército del Kremlin como poco más que un «tigre de papel». Los primeros fracasos rusos en Kyiv y Hostomel, junto con un estancamiento desgastante en el campo de batalla, han demostrado que el ejército de Putin está lejos de ser la temible fuerza que muchos una vez creyeron.
El futuro del ejército ruso puede ver algunas mejoras marginales, pero la OTAN tiene pocas razones para temer. Mientras Putin ruge desde detrás de una máquina militar debilitada, Occidente puede permitirse centrarse en desafíos globales más urgentes, sabiendo que el ladrido de Rusia es mucho peor que su mordida.