En 2016, los ultranacionalistas y políticos rusos celebraron la inesperada victoria de Donald Trump con botellas de champán, convencidos de que su presidencia marcaría el inicio de una nueva era en las relaciones entre EE. UU. y Rusia. Políticos como Vladimir Zhirinovsky festejaron en los pasillos del parlamento de Moscú, y figuras mediáticas incluso pasearon con banderas estadounidenses, anticipando el levantamiento de sanciones y el reconocimiento internacional de la anexión de Crimea.
Sin embargo, la realidad rápidamente apagó las celebraciones. Lejos de aliviar las tensiones, la administración de Trump introdujo algunas de las sanciones más severas contra Rusia, dejando a Moscú decepcionado por el resultado de su presidencia. Ahora, con otra elección en EE. UU. a la vista, Rusia es más cautelosa en su optimismo, temerosa de una repetición de las esperanzas frustradas.
A pesar de que los medios estatales rusos continúan criticando a la candidata demócrata Kamala Harris, el «apoyo» público del presidente Vladimir Putin a su candidatura fue visto ampliamente como una provocación del Kremlin. Detrás de escena, los comentarios de Trump cuestionando la magnitud de la ayuda militar estadounidense a Ucrania y su renuencia a condenar plenamente la invasión de Rusia han llamado nuevamente la atención de Putin.
Aún así, el Kremlin se mantiene cauteloso. Mientras Rusia navega por una guerra en Ucrania y unas relaciones cada vez más tensas con EE. UU. bajo Joe Biden, algunos en Moscú esperan el regreso de Trump a la Casa Blanca, pero son cautelosos de repetir la exuberancia alimentada por champán de 2016.